Militares. Ordenes
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     Instituciones religiosas que surgieron en la Edad Media para luchar contra los mahometanos. A la luz de la mentalidad moderna representan una curiosidad histórica la existencia de monjes a caballo, con armas para luchar a muerte contra los miembros de otra religión. Pero el fenómeno hay que entenderlo en el contexto de la cultura del momento, cuando la violencia bélica implicaba el exterminio de los adversarios.
   Fueron grupos de monjes-soldados: mezcla de gentes de oración y de guerra. Tendían a armonizar la vida monástica y vida guerrera. Sus integrantes hacían votos, se mantenían seglares bajo la disciplina de las armas. Dependían de los pontífices, cuya autorización era necesaria para su existencia.
   La causa de su origen fue la invasión de Oriente por los mahometanos y las matanzas de cristianos resistentes a pasarse al mahometismo. El punto desencadenante fue la toma de los santos lugares. Ello convulsionó la vida religiosa de Europa y sus reyes orientaron el espíritu pendenciero de sus nobles hacia la reconquista cristiana de las tierras en que vivió Jesús. El modelo fue de inspiración mahometana: los "ribat" o monas­terios islámicos de soldados y ascetas que surgieron en las fronteras para luchar contra los cristianos.
   Entre las primeras Ordenes surgidas estaban los caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén y los Templarios, en los primeros años del siglo XII.
   Los Templarios , fundados por Hugo de Payens, surgieron en el mismo palacio de Balduino II en Jerusalén y, bajo la regla de S. Agustín fueron aprobados en el Concilio de Troyes en 1128. Para ellos escribió san Bernardo "En alabanza de la nueva milicia".
   A lo largo del siglo XII surgieron otras en diversos países: los Caballeros Teutónicos, en S. Juan de Acre en 1190; la Orden de Avis o Caballeros de Evora, en Portugal en 1166; la Milicia de Cristo de Livonia en 1202, en Estonia.
   En la penín­sula Ibérica, en intenso con­flicto entre reinos cristiano y reinos mahometanos, fue donde más prendió el antiislamismo. Entre las más activas se pueden recordar las Ordenes de Calatrava, Alcántara, Santiago y Montesa. La más antigua fue la de Calatrava, surgida en 1158, por el abad cisterciense de Fitero, Raimundo Serrat, y por el monje Diego Velázquez. Defendieron la plaza que les dio nombre ante los almohades. La Orden fue apro­bada por Alejandro III en 1164 bajo la Regla del Císter.
   Por aquellos años surgió en tierras de Salamanca la Hermandad de los Caballeros de San Julián de Pereiro, que luego se llamaron de Alcántara. Fueron aprobados en 1177 por Alejandro III. La de Santiago nació como Cofradía de caballeros, creada por Fernando II de León en 1170 y dirigida por el caballero leonés Pedro Fernández. Fue aprobada el año 1175, bajo la Regla de San Agus­tín. Añadió a su labor defensiva el cuida­do de los peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela. En el siglo XIII la frontera con el decadente Reino de Granada fue su teatro de operaciones; pero ya se dedicaron a defender a los grupos de repobladores que iban asen­tando la cultura cristiana en las zonas conquistadas.
   La Orden de Alcántara se acrecentó en las tierras de Extremadura. La de Cala­trava se extendió ante todo por La Mancha. La de Santiago tuvo patrimonio más extendido pero predominó en el Norte.
 

 

   

 

  En 1317 Jaime II de Aragón constitu­yó la Orden militar de Santa María de Mon­tesa también inspirada en la Regla del Císter. Ocupó el vacío dejado por la suprimida Orden del Temple que había sucumbido ante las calumnias y las apetencias de sus bienes por parte de Felipe IV rey de Francia y de otros señores de allende de los Pirineos. En el siglo XIV se integró con la Orden de San Jorge de Alfama adoptó el nombre de Santa María de Montesa y San Jorge de Alfama, recibiendo muchos territorios feudatarios en Aragón y Cataluña.
   Cada Orden tenía su Gran Maestre, elegido por los caballeros que eran miembros. 
Era frecuente la injerencia de los monarcas y esta fue una de las cau­sas de su decadencia. Al mismo tiempos la participación en disensiones y alianzas internas de los señores con los Maestres de las Ordenes, como en el caso de la de Santiago en la Castilla del siglo XV, precipitó su anulación y quedaron como instrumento al servicio de los monarcas, como pasó con las ibéricas al obtener  Fernando II el Católico el derecho de nombramiento de Maestre de Santiago en 1476, de la de Alcántara y Calatrava en 1485, por concesión de Alejandro VI en 1492 que fue transmitida a todos sus sucesores.
    Los ecos históricos y las propiedades quedaron latentes y a merced de los vaivenes de los reinos y de las políticas de cada época. En el siglo XVII, el condeduque de Olivares llegó a poner precio a los hábitos de las Ordenes. Y las medidas desamortizadoras del siglo XIX terminaron deshaciendo sus propiedades hasta que lo que quedaba de ellas fue suprimido en 1873 por los Gestores de la I República Española.